Vacas flacas en Japón, vacas gordas en Corea del Sur

Por qué los coreanos se convierten a Cristo y los japoneses no. Lo explica un gran experto de las misiones

Dos de los tres últimos superiores generales de la Compañía de Jesús pasaron muchos años en ese país: Pedro Arrupe y el actual prepósito Adolfo Nicolás. Otro alto regente de la Compañía, Giuseppe Pittau, fue durante muchos años rector de la universidad de los jesuitas en Tokio, la renombrada Universidad de Sofía.

Lamentablemente, a pesar del inmenso esfuerzo de estos jesuitas ilustres y de otros misioneros, el catolicismo no ha abierto una brecha en Japón. Las conversiones son esporádicas y el crecimiento de los católicos está detenido en el 0,35% de la población.

Mientras que, por el contrario, en Corea del Sur la Iglesia católica está en sorprendente expansión, a pesar de la escasísima afluencia de misioneros en ese país.

Las respuestas de los obispos de Japón al cuestionario del próximo sínodo de los obispos muestran que hay que atribuir una parte de la responsabilidad por el estancamiento a la debilidad de la conducción por parte de la jerarquía del Sol Naciente.

Pero la comparación entre Japón y Corea, entre sus opuestas situaciones de clausura y de apertura al cristianismo, pone en evidencia razones de diferencias más profundas.

Las explica con claridad, en la nota que sigue, un experto de excepción, el padre Piero Gheddo, decano de la Pontificia Misiones Extranjeras de Milán y gran conocedor de ambos países, además de principal promotor de la encíclica misionera de Juan Pablo II, la "Redemptoris missio" de 1990.

 

POR QUÉ LOS COREANOS SE CONVIERTEN A CRISTO Y LOS JAPONESES NO

por Piero Gheddo

Japón y Corea tienen una historia y una cultura muy diferentes, razón por la cual la misión cristiana produjo resultados muy distintos.

En Japón, casi cinco siglos después del ingreso de los misioneros con san Francisco Javier en 1549, los bautizados en la Iglesia Católica son 440 mil sobre 128 millones de japoneses, el 0,35%, mientras que los protestantes son casi medio millón.

En Corea, donde el catolicismo llegó con algunos laicos a fines del siglo XVIII, los católicos son casi 5.300.000 sobre 50 millones de habitantes, es decir, más del 10%, mientras que los protestantes de las distintas denominaciones son casi 8 millones, el 17%. De noche, Seúl parece una ciudad cristiana por el gran número de cruces que brillan sobre iglesias, escuelas y hospitales.

La fe cristiana ha sido recibida con muchas dificultades por Japón, mientras que por el contrario, Corea del Sur parece recibirla hoy con los brazos abiertos. En Corea el cristianismo se está convirtiendo en el motor de la nación. Desde los años 60 a hoy casi de la mitad de los presidentes de Corea del Sur han sido cristianos, inclusive Kim Dae-jung (1925-2009), premio Nobel de la paz en el 2000 por su vigoroso esfuerzo para la reconciliación entre Corea del Norte y del Sur.

¿Por qué los japoneses se convierten poco? Esencialmente por un motivo religioso-cultural.

Las religiones de Japón enseñan, como lo hace el sintoísmo, que el hombre es uno de los tantos elementos de la naturaleza, en la que se manifiesta el Dios desconocido.

El confucianismo da una visión estática de la sociedad, en la que la suprema norma moral es el respeto y la obediencia para mantener la armonía entre el cielo y la tierra, entre superiores y súbditos, entre política y economía. Según la moral confuciana, cada uno debe desarrollar su propio trabajo con el máximo esfuerzo en el lugar que le ha sido asignado.

El budismo, al enseñar el desapego de sí mismo, el desprecio de las pasiones y de las ideas personales, consideradas como ilusiones perniciosas, hace que el individuo esté dispuesto a todo y sea extremadamente paciente.

El japonés es hijo de estas religiones: óptimo trabajador, sobrio y obediente a las directivas. En una sociedad en la que todo debe funcionar como una máquina, el japonés es el sujeto ideal, porque se mueve en grupo. La gente tiene una fuerte conciencia unitaria como pueblo, pero una escasa conciencia de los derechos de la persona. La vida común comienza en la familia, continúa en la escuela y termina en la empresa, concebida como una gran familia. El espíritu de colaboración que predomina en la empresa hace que el trabajo sea altamente eficiente y productivo. El éxito de la empresa para la que cada uno trabaja es considerado un ideal de vida por el que vale la pena sacrificarse, inclusive con horas de trabajo extraordinario, con frecuencia poco o nada retribuidas.

“La influencia de las religiones tradicionales – me decía el padre Alberto Di Bello, misionero en Japón desde el año 1972 – ha educado en una viva conciencia de los propios deberes, más que de los propios derechos. El cristianismo, entrando en Japón a través de las modernas misiones cristianas y la influencia de Occidente, ha llevado a este país el concepto fundamental del mundo moderno, el de la Carta de los Derechos del Hombre: el valor absoluto de la persona humana individual. La sociedad, el Estado y la patria están al servicio de la persona humana, no la persona al servicio de la sociedad, del Estado y de la patria”.

Pero esta revolución se esfuerza para entrar en la mentalidad común. El padre Giampiero Bruni, en Japón desde el año 1973, me dice: “Si un individuo es consciente y libre, puede optar por convertirse a Jesús. Pero si no es libre porque es miembro de un grupo, no puede. El japonés está habituado a obedecer y a hacer como hacen todos. El grupo domina, salir del grupo no se puede, porque esto significa cortar todos los vínculos. Y yo creo que también hoy las conversiones que acontecen debemos examinarlas bien, para ver si son libres o están condicionadas por algo que no llegamos a comprender”.

Este es el concepto de fondo que han expresado los misioneros que he interrogado en mis viajes a Japón.

Radicalmente distinta es Corea del Sur, que en el último medio siglo ha registrado un crecimiento récord de cristianos. Desde 1960 al 2011 los habitantes pasaron de 20 a 50 millones, el ingreso per capita de 1.300 a 23.500 dólares, los protestantes del 2 al 17%, los católicos de casi 100.000 (el 0,5%) a 5.309.964 (el 10%), según las estadísticas de la Conferencia Episcopal Coreana.

Cada año se celebran 130-140 mil bautismos. La Iglesia coreana es femenina, a partir del nombre: el catolicismo es llamado “la religión de la Mamá”, porque frente a no pocas iglesias hay una estatua de María con los brazos abiertos que invita a entrar a quienes pasan por allí, y también porque en el año 2011 los fieles varones eran 2.193.464, el 41,5% del total, y las mujeres 3.095.332, es decir, el 58,5%.

Las conversiones acontecen en su gran mayoría en las ciudades y entre las elites del país: profesionales, estudiantes, artistas, políticos y militares también de alto grado. El hombre símbolo de la Iglesia Católica en Corea ha sido el cardenal Kim Sou-hwang (1922 -2009), arzobispo de Seúl desde 1968 al 1998, promotor de un fuerte compromiso de la Iglesia Católica en el campo social. Durante la larga dictadura militar había hecho de la catedral Myong-dong, en Seúl, un refugio para los opositores no violentos a la dictadura. Los militares no se atrevieron jamás a entrar en la catedral, que sabían que era defendida por el pueblo. Durante largos años el cardenal Kim fue la personalidad más influyente de Corea.

Hay también un motivo histórico que explica las conversiones. Corea ha conocido medio siglo de ocupación japonesa y también más de tres años de guerra civil entre el Norte y el Sur (1950-1953), combates feroces casa por casa, destrucción de muchas viviendas y estructuras estatales. El padre Giovanni Trisolini, uno de los primeros salesianos que ingresó a Corea en 1959, me dijo en 1986: “Cuando llegué a Corea había una miseria espantosa. El país estaba también destruido por la guerra, con los ejércitos que habían pasado y repasado por todo el territorio. El trabajo principal de nosotros los misioneros era dar de comer a la gente, que literalmente se moría de hambre. Con pocas rutas y líneas ferroviarias, no funcionaba casi nada de las estructuras estatales. En esas circunstancias los gobiernos de Corea del Sur, con el país ocupado por los estadounidenses, pusieron en primer lugar la instrucción del pueblo, fundando escuelas por todas partes con un sistema educativo moderno, para hacer salir a las nuevas generaciones de la enseñanza tradicional, la cual transmitía una visión del hombre de naturaleza confuciana, heredada de China y poco adecuada para formar jóvenes en un país moderno”.

La escuela se extendió a todos, inclusive también a las niñas, con una enseñanza de materias totalmente diferentes a las del esquema confuciano. Este cambio radical de la instrucción puso en marcha en poco tiempo el desarrollo económico y contribuyó a preparar el camino hacia la democracia, a los derechos del hombre y de la mujer y al cristianismo. Hoy Corea del Sur no tiene analfabetos, la escuela es obligatoria y gratuita para todos, desde el jardín de infantes hasta las escuelas superiores humanistas o técnicas, que frecuentan casi todos. En 1960 Corea del Sur era uno de los países más subdesarrollados de Asia, en los años ’80 fue uno de los “tigres asiáticos” con Taiwán, Singapur y Tailandia.

En Corea el cristianismo ejerce un fuerte poder de atracción, respecto al  confucianismo y al budismo, al menos por cinco motivos:

1) Introduce la idea de igualdad de todos los seres humanos creados por el mismo Dios, Padre de todos los hombres, y sobre todo el principio de igualdad en los derechos del hombre y de la mujer, incluso en la diversidad y complementariedad entre las personas de los dos sexos. En el confucianismo la mujer no tiene la misma dignidad y los mismos derechos del hombre. En la sociedad confuciana la mujer era casi una esclava del marido, las niñas no iban a la escuela y la mujer era inferior al hombre. “Es un hombre malogrado”, decía Confucio de ellas.

2) Católicos y protestantes son distintos por la participación activa en el movimiento popular contra la larga dictadura militar entre 1961 y 1987. Confucianismo y budismo promovieron, por el contrario, la obediencia a la autoridad constituida. Si en Corea, al igual que en Filipinas, las dictaduras militares cedieron el poder a gobiernos electivos con revoluciones no violentas, con las “revoluciones de las flores”, fue principalmente por las presiones de la opinión pública concientizad por las Iglesias cristianas.

3) El cristianismo es la religión del Libro y de un Dios personal, mientras que el chamanismo, el budismo y el confucianismo no son ni siquiera religiones, sino sistemas de sabiduría humana y de vida. Sobre todo, no tienen una organización y dirección a nivel nacional que represente a sus fieles. Hay intentos de coordinación entre las distintas pagodas y monasterios budistas, pero cada uno va por su lado.

4) Católicos y protestantes han construido y mantienen una gran cantidad de escuelas en todos los niveles, hasta numerosas universidades – las católicas son doce – que se han impuesto en el país como las mejores desde el punto de vista educativo y de los valores en los que forman a los jóvenes. Todas las familias querrían mandar a sus hijos a las escuelas cristianas, porque la educación de los jóvenes inspirada en el Evangelio se demuestra como la más eficaz para formar personas adultas y maduras.

5) Por último, Corea del Sur es ahora un país evolucionado y también rico (se dice que “está solo veinte años detrás de Japón”), en el que las antiguas religiones no dan respuesta a los problemas de la vida moderna. Esto es inevitable, porque el mundo moderno nació en Occidente, de la raíz bíblico-evangélica, es decir, de la revelación de Dios en Cristo. El cristianismo, y sobre todo el catolicismo, se presenta como la religión más adecuada a nuestro tiempo y más activa en la ayuda a los pobres.

La abundancia de las conversiones confirma cuanto me decía durante mi último viaje a Corea el padre Vicent Ri, prefecto de estudios de la Facultad de Teología del seminario mayor de Kwangju: “El coreano está orgulloso de definirse como una persona religiosa: entre los estudiantes, los intelectuales y las personas cultas tampoco existe el espíritu anti-religioso o ateo común en Europa. El hecho religioso está en el centro de la vida de nuestro pueblo, ésta es una antigua tradición que el desarrollo económico y técnico no ha abolido, sino que contribuye a reforzar”.

Pero durante muchos años, al menos hasta la visita del papa Karol Wojtyla en 1984, pocos han prestado atención a este "milagro" de la Iglesia coreana. Me decía en 1986 el entonces secretario de la Conferencia Episcopal, monseñor Simon E. Chen:

“Nuestra Iglesia tiene tantas conversiones, pero hemos sido olvidados durante mucho tiempo por la Europa cristiana y por los misioneros. Pío XI envió misioneros y religiosos a China. Pío XII mandó muchos misioneros a Japón, diciendo: 'Si se convierte Japón, se convierte toda Asia, y luego con la encíclica 'Fidei Donum' envió misioneros para África. Juan XXIII y Pablo VI exhortaron a ir a África y a América latina. Cuando en los años ’50 miles de misioneros y monjas fueron a Japón, casi ninguno vino a Corea.

"Nuestra Iglesia ha sido descubierta sólo con la visita triunfal de Juan Pablo II en mayo de 1984. Ahora en Occidente muchos se asombran por el hecho que hay tantas conversiones y vocaciones. Es que este fenómeno perdura desde los años ’60 y luego de la visita del Papa ha asumido dimensiones excepcionales. Su visita sirvió más que todas nuestras prédicas para anunciar a Cristo a los no cristianos y para fortificar la fe en nuestros bautizados”.

por Sandro Magister

http://chiesa.espresso.repubblica.it/articolo/1350817


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