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La clase
de persona
que Jesús
quiere

 

Sobre el carácter

Año Santo de la Misericordia

Colección +breve
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Una personalidad agradable

«¡Sé tú mismo!»; de todas las frases que se oyen por ahí, ésta es una de las más absurdas. Mucha gente cree que su personalidad es algo que sólo les incumbe a ellos.

Éste es nuestro más alto privilegio: hacer que Jesús sea mejor conocido y, por tanto, más amado; y lo haremos si mostramos a los demás aquellas cualidades que hicieron a Jesús tan adorable

Por el bautismo fuimos hechos «otros Cristos». Nos convertimos en la lengua, las manos y el corazón de Cristo en el mundo. Permaneciendo invisible, Él llegará a otros a través de ti y de mí. 

El prestigio personal puede no ser un objetivo particularmente admirable si se cultiva para lograr el éxito social o profesional. Sin embargo, el adquirir prestigio para provecho de Cristo es una empresa muy meritoria. Seremos instrumentos mucho más eficaces en las manos de Cristo si tenemos una personalidad agradable.

Es evidente que Dios quiere que tengamos prestigio, para gloria suya, en el mejor sentido de la palabra

Para aplicarte esto a ti mismo, examina tu propio círculo de amistades: 

  • Las personas cuyas opiniones respetas y cuyos consejos sigues suelen ser las que resultan más atractivas
  • Si encuentras a alguien desagradable te resistes a aceptar sus opiniones y a hacer caso de sus sugerencias.

Soy así, qué le voy a hacer

Tenemos el deber de descubrir nuestros defectos. Debemos luchar para eliminar aquellas circunstancias personales que nos alejen de los demás

Por temperamento, podemos estar inclinados a enfadarnos, etc. Como cristianos, no tenemos derecho a decir: «soy así, y los demás no tienen más remedio que aguantarme como soy».

Cristo respeta la libre voluntad que, como Dios, me ha dado. Sin embargo, si dejo que Jesús haga de mí lo que quiera, sin quedar por ello coartada mi libertad, ¿cuál será el resultado?

  • una persona excepcionalmente amistosa, con una sonrisa y una palabra amable para la cajera o el vecino de al lado;  una persona excepcionalmente amistosa, con una sonrisa y una palabra amable para la cajera o el vecino de al lado; 
  • una persona atenta que advertirá en seguida las necesidades de los demás y estará dispuesta a echarles una mano; 
  • una persona agradable, que se preocupará de los problemas de los demás, sin refugiarse nunca en el pretexto de que «ya tengo bastantes problemas»; 
  • una persona caritativa, sin murmuraciones ni críticas amargas: la fama de cualquiera estará segura en mis manos; 
  • una persona paciente, que tolerará la ignorancia y la estupidez de los demás, aun cuando tenga que cargar con las consecuencias de sus faltas;

Amistoso, alegre, atento, agradable, caritativo, amable, simpático, paciente: ésa es la clase de persona que Jesús quiere que sea. Puede parecer una empresa demasiado ambiciosa, pero todo es posible con la gracia de Dios. Por lo menos, puedo intentarlo... ¡ahora!

Las cosas que tenemos a mano

La mayoría de nosotros, en los momentos de mayor clarividencia, nos sentimos apenados de no hacer más por Dios. Tenemos noticias de misioneros que, en las calurosas junglas africanas consumen sus vidas en servicio de Dios. Vemos alrededor nuestro a personas que tienen poco tiempo para el recreo o el descanso, porque destinan casi todo su tiempo a la  parroquia, la vecindad o la ciudad. Pensamos en todas esas personas, y nos sentimos acomplejados. 

La verdadera tragedia no es que no estemos haciendo cosas grandes por Dios, sino que ni siquiera las cosas pequeñas las hagamos por Él; esas cosas pequeñas que sumadas, dan una gran cantidad

Si hemos entendido de verdad cuánto nos ama Jesús, nos habremos dado cuenta de la profunda compasión que siente por todos los que sufren. Vivimos en un mundo lleno de dolor -físico y mental-, de problemas y de ansiedades.

Todo lo que hagamos por aligerar la carga de nuestro prójimo, aunque sea un poco, será inmensamente agradable a Nuestro Señor

Hacer la vida agradable

Sabes por propia experiencia que no es muy difícil hacerte la vida más agradable. Simplemente un comentario del tipo de «me gusta tu nudo de corbata» o «qué traje tan elegante», provoca en ti una reacción verdaderamente desproporcionada a la relevancia de lo que te han dicho.

Hay una tremenda fuerza animante en una sonrisa, con o sin palabras. Quizá porque nos parecen demasiado pequeñas, menospreciamos cosas como una una sonrisa; les damos menos valor del que tienen desde el punto de vista de la caridad

Debemos ser conscientes de que somos instrumentos de Cristo, de que a Cristo le urge hablar y actuar a través de nosotros, de que Cristo quiere hacer de nosotros canales, a través de los cuales llegue a otros su misericordia.

Para empezar, podemos preguntarnos: «¿Cuántas veces he sonreído hoy? ¿Cuántas veces he tenido una palabra de ánimo o de aliento para otra persona?». Después, estaremos en condiciones de examinar nuestro comportamiento en campos más amplios de nuestra actividad apostólica.

Fuente: Leo J. Trese, Puedes volar como las águilas


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