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Los dones
de piedad
y de temor
de Dios

 

Los dones del Espíritu Santo (III)

 

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El don de piedad

Hoy queremos detenernos en un don del Espíritu Santo que muchas veces se entiende mal o se considera de manera superficial: se trata del don de piedad. Es necesario aclarar inmediatamente que este don no se identifica con el tener compasión de alguien, tener piedad del prójimo.

Se trata de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo, de alegría

Este don indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él. Este vínculo con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición. Es un vínculo que viene desde dentro.

 

Piedad es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de esa capacidad de dirigirnos a Él con amor y sencillez, que es propia de las personas humildes de corazón

Por ello, ante todo, el don de piedad suscita en nosotros la gratitud y la alabanza. Es esto, en efecto, el motivo y el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración.

 

Si el don de piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a volcar este amor también en los demás y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí que seremos movidos por sentimientos de piedad respecto a quien está a nuestro lado y de aquellos que encontramos cada día.

Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad nos hace apacibles, nos hace serenos, pacientes, en paz con Dios, al servicio de los demás

Pidamos al Señor que el don de su Espíritu venza nuestro temor, nuestras inseguridades, también nuestro espíritu inquieto, impaciente, y nos convierta en testigos gozosos de Dios y de su amor, adorando al Señor en verdad y también en el servicio al prójimo con mansedumbre y con la sonrisa que siempre nos da el Espíritu Santo en la alegría. Que el Espíritu Santo nos dé a todos este don de piedad.

 

El temor de Dios

El don del temor de Dios, no significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él.

Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho

El temor de Dios es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor. Nuestro bien está en abandonarnos con humildad y confianza en sus manos.

 

Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños.

De este modo se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, como un niño con su papá

Es la actitud de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios.

En la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza es donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre

Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna.

 

El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia.

Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones

Nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia.

 

El temor de Dios, por lo tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos, sumisos, sino que genera en nosotros valentía y fuerza.

Pero, atención, porque el don del temor de Dios es también una "alarma" ante la pertinacia en el pecado

Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor.

 

Atención en no poner la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad, porque todo esto no puede prometernos nada bueno.

 

Papa Francisco, Audiencias 2014

 


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