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Textos de la Exhortación Apostólica Gaudete Et Exsultate
del Santo Padre Francisco
Colección +breve
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La vida cristiana es un combate permanente. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida.
La convicción de que este poder maligno está entre nosotros, es lo que nos permite entender por qué a veces el mal tiene tanta fuerza destructiva
No se trata solo de un combate contra el mundo y la mentalidad mundana, que nos atonta y nos vuelve mediocres. Tampoco se reduce a una lucha contra la propia fragilidad y las propias inclinaciones. Es también una lucha constante contra el diablo, que es el príncipe del mal.
Nuestro camino hacia la santidad es también una lucha constante. Quien no quiera reconocerlo se verá expuesto al fracaso o a la mediocridad.
El camino de la santidad es una fuente de paz y de gozo que nos regala el Espíritu, pero al mismo tiempo requiere que estemos «con las lámparas encendidas»
Para el combate tenemos las armas poderosas que el Señor nos da: la fe que se expresa en:
la oración
la meditación de la Palabra de Dios
la celebración de la Misa
la adoración eucarística
la reconciliación sacramental
las obras de caridad
la vida comunitaria
el empeño misionero
En este camino, la maduración espiritual y el crecimiento del amor son el mejor contrapeso ante el mal. Nadie resiste si opta por quedarse en un punto muerto, si se conforma con poco, si deja de soñar con ofrecerle al Señor una entrega más bella. Menos aún si cae en un espíritu de derrota.
¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento
El discernimiento no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común, es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual.
Hoy día, el hábito del discernimiento se ha vuelto particularmente necesario. Porque la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas.
Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento
Por tanto, pido a todos los cristianos que no dejen de hacer cada día, en diálogo con el Señor que nos ama, un sincero «examen de conciencia»
Esto resulta especialmente importante cuando aparece una novedad en la propia vida. En otras ocasiones sucede lo contrario, porque las fuerzas del mal nos inducen a no cambiar, a dejar las cosas como están, a optar por el inmovilismo o la rigidez. Entonces impedimos que actúe el soplo del Espíritu.
Al mismo tiempo, el discernimiento nos lleva a reconocer los medios concretos que el Señor predispone en su misterioso plan de amor, para que no nos quedemos solo en las buenas intenciones.
Si bien el Señor nos habla de modos muy variados, no es posible prescindir del silencio de la oración detenida para percibir mejor ese lenguaje, para interpretar el significado de las inspiraciones, para calmar las ansiedades y recomponer la propia existencia a la luz de Dios
Solo quien está dispuesto a escuchar tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus costumbres, a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger un llamado que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor.
Tal actitud de escucha implica obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia. No se trata de aplicar recetas o de repetir el pasado. El discernimiento de espíritus nos libera de la rigidez.
Una condición esencial para el progreso en el discernimiento es educarse en la paciencia de Dios y en sus tiempos, que nunca son los nuestros. También se requiere generosidad, porque «hay más dicha en dar que en recibir».
No se discierne para descubrir qué más le podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo, y eso implica estar dispuestos a renuncias hasta darlo todo
Hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo también lo da todo.
Quiero que María corone estas reflexiones. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa.
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