La Iglesia ya estaba vacía. Había estado esa noche de Viernes Santo en vela confesando. Una persona anciana se me acercó. Me preguntó si estaba confesando, y tuve ganas de decirle que viniera después, pero el Señor me impulsaba a acceder.
- «Sí, venga, vamos a sentarnos cerca de esta hermosa imagen del Cristo, que está cubierto, pues es Sábado Santo».
Le pregunté cuándo se confesó por última vez, y para mi sorpresa me dijo:
- Padrecito, hace más de setenta años que no me confieso.
- ¿¡Y qué le hizo venir ahora!?
Con lágrimas en los ojos me dijo:
- Pasaba enfrente de la iglesia y Alguien me dijo: «¡Ven!»
El Señor me quiso utilizar como instrumento para llegar a una cita que Él tenía con esa alma. Una cita que Dios tuvo que esperar por más de 70 años.
El Lunes de Pascua, esta persona partió a la Casa del Padre. La encontraron sonriendo. Como respondiendo a Alguien que también ahora le decía: ¡Ven, bendito de mi Padre!
Juan Carlos Mari, LC
Guayaquil (Ecuador)
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