De uno de los mayores críticos del Papa a su discípulo espiritual

 

El 30 de septiembre de 2003, en la Sala de Prensa Extranjera de Roma se presentó el libro póstumo de Domenico del Río, «Karol, el Grande» («Paoline»), en donde del Río muestra al Papa como «grande en la fuerza al principio del pontificado, y como grande en su debilidad en los últimos tiempos».

Fallecido en enero de 2003, Domenico del Río estaba considerado por sus colegas periodistas como uno de los mejores corresponsales en el Vaticano. Del Río, cronista diario del pontificado de Juan Pablo II, pasó de ser uno de los mayores críticos de este Papa a ser su discípulo espiritual.

Nacido en Roma en 1927, del Río amaba con pasión desde su infancia a la Iglesia y pronto decidió seguir los pasos de san Francisco haciéndose religioso capuchino y sacerdote, recorriendo el mundo como misionero.

Su entusiasmo por la Iglesia lo vivía con un agudo espíritu crítico, lo que le llevó tras el Concilio Vaticano II a pedir el regreso al estado laical. Más tarde se casó, tras haber recibido la dispensa pontificia.

Corresponsal del diario «La Repubblica», criticó duramente, por ejemplo, los viajes de Juan Pablo II al extranjero por considerar que se basaban en un «triunfalismo» que no era evangélico. Ante las duras críticas, la Sala de Prensa de la Santa Sede le impidió participar en 1985 en uno de los viajes que el Santo Padre realizó a América Latina. Aquel «castigo», como fue interpretado por sus colegas, cambiaría su vida.

Juan Pablo II se encontró personalmente con él tras este incidente y en aquel encuentro personal, no oficial, el periodista comenzó a descubrir aspectos que hasta entonces no conocía de la personalidad del obispo de Roma.

A partir de entonces, se dedicó con pasión a investigar sobre la vida del pontífice, escribiendo cinco libros, incluyendo este último que acaba de ser presentado. Al cumplirse los 23 años de pontificado de Juan Pablo II, Domenico del Río explicaba en el diario Avvenire el secreto del Papa: "Se muestra al mundo como lo que es, un hombre seducido por Cristo, por el Rostro querido del Resucitado, como escribió en su Carta Novo millennio ineunte. Todos los demás hablan de miedo, de terror, de guerra. Él habla de Dios, de María, y lo hace desde hace 23 años, a un mundo que, por el espantoso ruido inútil con que se atonta, apenas consigue oír esta voz que grita a los hombres el amor y la paz de Dios".

Luigi Accattoli, corresponsal del Corriere della Sera, y gran amigo, fue a visitarle unos días antes de morir al hospital Gemelli de Roma, donde se encontraba ya gravemente enfermo. Como el periodista no había querido decir a sus colegas que estaba internado, Accattoli le preguntó si quería decirles algo: «¡Al Papa! -le dijo inmediatamente-. Quisiera que le dijeras al Papa que le doy las gracias. Trata de ver cómo se lo puedes decir. Dile que le doy las gracias, con humildad, por la ayuda que me ha dado a creer. Yo tenía muchas dudas y muchas dificultades para creer. Me ha ayudado la fuerza de su fe. Al ver que creía con tanta fuerza, entonces yo también encontraba fuerza. Esta ayuda la recibía al verle rezar, cuando "se mete en Dios", se ve que esto le salva de todo».


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