Me involucré en política de izquierda, y me convertí en lo que se conoce como una 'atea Católica', es decir, alguien que había sido Católica, pero que ya no soportaba oír hablar de Dios. Mi incredulidad era tal, que tomé como parte de mi misión, tratar de evitar que otros creyeran en Dios, a toda costa.
Eventualmente, me desilusioné del partido político del que formaba parte, y maduré un poco. Me casé y tuve hijos. No le permití a mi hija mayor recibir educación religiosa en la escuela, sin embargo, cedí en cuanto a la Navidad, permitiendo que se hablara de Santa Claus, se hicieran fiestas, e incluso, se dieran regalos. Después de un tiempo, mi hija me sorprendió cuando decidió que quería ser Católica. Se lo permití e, incluso, asistía a la Iglesia con ella, justificándome que tenía que llevarla, ya que ella era aún muy joven para ir sola. Algunas veces, me sentía un poco sola y triste en la Iglesia, pero también me dejaba un sentimiento de paz.
Mucho después, Dios puso una Biblia en mi camino, por medio de mi hijo. Siendo una ávida lectora y no teniendo otra cosa que leer, la abrí. Me di cuenta que, una vez que comencé a leerla, me era difícil dejar de pensar en lo que había leído, y siempre anhelaba leer más.
Una amiga, a la que conocí casualmente, me invitó a ir a la Iglesia, y así, volví. Incluso, me uní a un curso católico. ¡Dios utilizó a mis dos hijos para traerme de regreso a la Iglesia!
Le agradezco a Dios que sea tan Paciente, Amoroso y Clemente. Ahora sé que Jesús está, verdaderamente, presente en el Pan Consagrado.
Estoy aprendiendo a cambiar, y mi vida es mucho más feliz. Ya no anhelo cosas que no necesito. Ahora, encuentro placer en otras cosas. Le estoy tan agradecida a Dios, puesto que estaba espiritualmente muerta, y Su Amor y Misericordia Infinita me regresaron a la vida.
Enviado por una persona de Escocia.
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