Catorce años en las prisiones rumanas

«Mientras la Iglesia no sea libre, no lo seré yo», dijo el obispo Ploscaru a su carcelero comunista

«Si la filosofía marxista hubiese tenido algún sustrato moral, no habría destruido tanto a la humanidad del siglo XX», explicaba tras los barrotes

Bajo el título Cadenas y terror, se acaban de publicar en Italia las memorias de Ioan Ploscaru (1911-1998), uno de los símbolos de la persecución a la que el régimen comunista rumano sometió a la Iglesia católica. Fue en todo similar a otros héroes tras el Telón de Acero como el cardenal húngaro Josef Mindszenty, el cardenal ucraniano Josef Slipyj o el cardenal checoslovaco Frantisek Tomasek, por citar sólo algunos de los más representativos.

La fe, más que la vida

Nombrado obispo auxiliar de Lugoj en 1948 con sólo 37 años, monseñor Ploscaru fue detenido el 29 de agosto de 1949, cuando se desató una dura represión contra los greco-católicos por su resistencia a su unión forzada con la Iglesia ortodoxa, más dócil a los dictámenes del Partido. "El terror implantado se asemejó al de las catacumbas romanas", recuerda el prelado, a quien liberaron en 1955 para volver a la cárcel al año siguiente con una condena de 39 años por "traición a la patria" y "conspiración". Permanecería tras las rejas otros ocho años, antes de su excarcelación definitiva, tras la cual no por ello cesaron la vigilancia y las persecuciones.

"El mayor bien del hombre -después de Dios, la salvación del alma y la fe- es la libertad", le dijo monseñor Ploscaru al comisario político que le ofrecía ese preciado tesoro a cambio de su sometimiento: "También yo deseo la libertad, como cualquier ser humano en este mundo, más que la misma vida. Comprenderá que, si no acepto sus condiciones para ser liberado, es porque hay algo que aprecio más que la vida: ¡la fe en Dios! Mi suerte está ligada a la de mi Iglesia. Mientras la Iglesia no sea libre, no lo seré yo, y soportaré con alegría esa privación, más dura que la muerte".

Serenidad ante las torturas

Durante su detención por la Securitate pasó hambre, insultos y torturas, y siempre una petición: "A todos nosotros, sacerdotes y obispos greco-católicos, se nos ofreció la libertad a cambio de pasarnos a la Iglesia ortodoxa. A mí personalmente me lo propusieron varias veces, pero no se puede negociar con la conciencia". Varios miembros de la Iglesia católica rumana murieron mártires, como los obispos Valeriu Frentiu (1875-1952), Ioan Suciu (1907-1953), Titu Chinezu (1904-1955), Ioan Balan (1880-1959) -el obispo de quien era auxiliar Ploscaru- o Juliu Hossu (1885-1970), quien fue creado cardenal in pectore en 1969, aunque no se reveló su identidad hasta 1973.

"Los primeros cristianos tenían carismas para sostenerlos. Nosotros no tuvimos carismas, y debimos sostener los corazones a golpes de coraje. Sólo estaba la fe desnuda", recuerda el obispo en sus memorias, donde describe las torturas infligidas por la policía comunista, desde bastonazos con varas de hierro en las plantas de los pies y en los testículos a golpes con sacos de arena que no dejaban huella fuera pero "dañaban gravemente los pulmones, el hígado o los riñones". También les orinaban en la boca o les hacían comerse sus propios excrementos.

Con todo, lo peor era la celda de aislamiento: "Te metían en ella y echaban agua sobre el suelo de cemento. Al cabo de un día los pies se hinchaban y el corazón ya no resistía más. La víctima caía en el agua o pedía que la sacasen para confesar". La confesión podía incluir aberraciones como haber mantenido relaciones sexuales con los propios padres.

Los victoriosos y los derrotados

Pero, para desesperación del régimen comunista, aquellas brutalidades producían incluso "milagros", evoca el obispo: "A menudo incluso los no creyentes que estaban en prisión se hacían creyentes, al ver la resignación, el silencio y la confianza, e incluso la alegría, de quienes rezaban. Cuando nuestros carceleros descubrían que no éramos malhechores, sino sacerdotes encarcelados por la fe, se quedaban muy sorprendidos. Aunque fueran malos, nuestra serenidad les inducía a pensar".

En 1990, caído el Telón de Acero y recobrada la libertad de la Iglesia, monseñor Ploscaru fue nombrado obispo de Lugoj. Tenía 78 años, pero Juan Pablo II quiso premiar así su fidelidad. Se mantuvo hasta 1995, y al año siguiente fue elevado, a título honorífico, a la categoría arzobispal.

¿Qué queda al final de toda esta historia?

En un lado, el comunismo: "Si la filosofía marxista hubiese tenido algún sustrato moral, alguna idea espiritual de trascendencia, no habría destruido tanto a la humanidad del siglo XX".

Y en el otro lado, el cristianismo: "Considero los periodos de encarcelamiento como los más provechosos de mi vida, en los que pude ofrecer a Jesús no sólo palabras, sino también hechos".

¿Cuál de los dos, comunismo o cristianismo, ha sobrevivido? Un mensaje que podría hacer pensar a quienes, hoy también aunque bajo otros parámetros, intentan destruir a la Iglesia.

religioenlibertad.com (2 marzo 2013)


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