Tienen cabida todos los hombres y mujeres del mundo

 

Santo Padre:

Soy una monja de Belén y de la Asunción, que vive una vida de soledad según la tradición monástica de San Bruno. Tengo 25 años. Antes de ingresar en el Monasterio he vivido una fuerte experiencia de Iglesia. En varios momentos de mi camino he participado en Encuentros de jóvenes convocados por Vuestra Santidad y sus palabras han sido determinantes en mi vocación.

En ellos he descubierto que era pequeña, débil, ni por asomo mejor que los demás, pero he descubierto también que el Señor me ha elegido para vivir en la tierra lo que todos vivirán en el cielo. El Señor me ha cubierto con su mano y me ha llevado al desierto para vivir un proceso o viaje interior al corazón. Día tras día, el Señor me va despojando de las muchas capas que recubren mi verdadera identidad, mi yo profundo, mi ser de gracia.

Es un trabajo interior que a veces se presenta como un combate, para renunciar a todo lo falso que me habita y a las seducciones del mundo. Recibo la llamada a vivir un nuevo y radical nacimiento de lo alto, un nacimiento del Espíritu. En esta esperanza, cada día, cada minuto, muero con Cristo y resucito con Él. La Virgen glorificada me hace participar de su Asunción y también de su doloroso alumbramiento de las multitudes de hijos de Dios, "el resto de sus hijos", como dice el Apocalipsis.

En lo más secreto de mi celda, y más aún, en lo más profundo de mi corazón, tienen cabida todos los hombres y mujeres del mundo, mis hermanos. Viviendo en el silencio y la soledad con Dios, siento aún más, si cabe, que no puedo disociar el Amor a Dios del amor a cada persona humana. Por eso sé con toda la certeza de la fe que estoy participando en la Nueva Evangelización, a la que Vuestra Santidad nos ha convocado, desde mi puesto en la Iglesia, con una inmensa alegría, esperando el momento en que la vida de todo hombre no sea más que alabanza eterna de Aquél que nos amó.

Muchas gracias, Santo Padre, por su testimonio de amor a Jesucristo y de entrega incondicional a la Iglesia, y por lo que este testimonio significa para mí, para mis Hermanas, para la Iglesia y para toda la humanidad.

Una monja de Belén, de la Asunción de la Virgen y de
San Bruno en el Monasterio de Sigena
Testimonio de la Vigilia de Cuatro Vientos, 3 de mayo de 2003
© Copyright, Conferencia Episcopal Española / www.sereismistestigos.com

 

¡Santo Padre!

Me llamo Enrique, tengo veintisiete años y soy diácono de la diócesis de Madrid. Dentro de ocho días, si Dios quiere, con otros catorce compañeros seré ordenado sacerdote. ¡Sacerdote de Jesucristo! En este momento crucial de mi vida, al contemplar hasta dónde ha llegado el amor de Dios por mí... sólo puedo adorarlo y darle gracias por el don de la vocación, que no ha sido otra cosa sino la historia de un amor que ha cambiado mi vida, que ha roto el estrecho marco de mi puerta, que ha ensanchado mi corazón..., que me ha abierto a un horizonte de plenitud.

Como muchos jóvenes que en esta tarde han venido a encontrarse con Vuestra Santidad, conocí a Dios desde niño en mi familia, en mi parroquia, mis catequistas, mi grupo de amigos. Como muchos otros, entré en la universidad, salía con una chica y era un joven normal. Pero poco a poco, mi amistad con Cristo lo fue inundando todo, pedía más. Y yo reconocía que era más feliz cuando no me reservaba nada. La oración, la Eucaristía diaria, la dirección espiritual... eran los medios de los que Dios se servía para mostrarme con absoluta claridad su bondad y su amor. Mi sed de felicidad la iba llenando Cristo.

Santo Padre: recuerdo qué profunda impresión me causaron sus palabras cuando en junio del noventa y tres, nos dijo a los jóvenes reunidos en Madrid: "¡No tengáis miedo! ¡No tengáis miedo a ser santos!". En ese mismo lugar, el Papa que había visto siendo niño animando a los jóvenes a "abrir las puertas a Cristo"... me hablaba a mí. Hablaba a todos, pero me lo decía a mí: "¡Enrique! ¡Ábrele a Cristo el corazón de par en par! ¡No tengas miedo!" Y en su voz y en su mirada reconocía la voz y la mirada amorosa de Jesucristo, que desde su Cruz tiene sus ojos puestos en los míos... Desde entonces, no he cesado de buscar esa mirada...

París, Roma,... La última cita, el verano pasado en Toronto, donde esa mirada nos prometía "la misma alegría de Jesús". Hay que dar la vida. Sabemos que nuestro mundo está herido por el odio, el pecado y la muerte... y que muchos no han recibido la Buena Noticia de que Dios les ama tiernamente. Los hombres tienen hambre y sed, ¡hambre y sed de Cristo!, de su perdón y misericordia. Por eso, en esta tarde estamos aquí varios cientos de seminaristas de toda España para decir a Vuestra Santidad que puede contar con nosotros, que el Señor puede contar con nuestras vidas, para realizar a través nuestro la obra de la salvación de los hombres.

Santo Padre, en nombre de todos y, muy especialmente de los que seremos ordenados el próximo domingo, ¡gracias por su palabra, su testimonio sacerdotal y su vida entregada, que tanto ha significado en nuestro camino vocacional! Le ruego que nos encomiende al Señor para que seamos santos sacerdotes. Y que su palabra y su mirada alcancen el corazón de muchos jóvenes para que también ellos respondan sí a Jesucristo con la entrega sacerdotal de sus vidas, que nosotros nos disponemos a comenzar.

Enrique González Torres (Seminario Conciliar de Madrid)
Testimonio de la Vigilia de Cuatro Vientos, 3 de mayo de 2003
© Copyright, Conferencia Episcopal Española / www.sereismistestigos.com


Enviar comentarios

 

 

Espíritu Santo Iglesia Jesucristo Juan Pablo II Magisterio de la Iglesia Misa Romano Pontífice Virgen aborto abuso adicción adoración afectividad agnosticismo alegría amar amistad amor amor a Dios amor de Dios ansiedad anticoncepción apostolado arrepentimiento atentado ateísmo autenticidad avaricia ayuno bautismo bioética budismo calumnia cancer caridad cariño carácter castidad catequesis catástrofe celibato cielo ciencia ciudadanía clonación coherencia comprensión compromiso comunicación comunismo comunión de los santos comunión sacramental conciencia confesión confianza conocimiento propio consejo contemplación conversión convivencia corredentores corrupción creación creer crisis cruz cuaresma cuidados paliativos cultura curación deber debilidad humana demonio depresión descanso desprendimiento dificultades dignidad dirección espiritual divorcio dolor drogas educación egoísmo ejemplaridad embriones enfermedad entrega esperanza estudios eternidad eucaristía eutanasia evangelio evangelización evolución examen de conciencia existencia de Dios exorcismo expectativas familia fe fecundidad felicidad feminismo formación doctrinal fortaleza fracaso generosidad género hedonismo heroísmo heterosexualidad hijos hinduísmo humildad in vitro infancia injusticia intelectual intolerancia islam judaísmo justicia laicos libertad limosna lucha ascética mal mansedumbre martirio masonería materialismo matrimonio milagro misericordia divina moda moral cristiana muerte música noviazgo obras misericordia odio olvido de sí optimismo oración paciencia paz pecado penitencia perdón pereza persecución pesimismo piedad pobreza política pornografía presencia de Dios protestantismo providencia divina psicología recogimiento redención regreso católico relativismo responsabilidad sabiduría sacerdote sacramentos sagrada escritura santidad secuestro sentido vida serenidad servicio sexualidad sida silencio sinceridad soberbia sociedad civil soledad tecnología temor de Dios templanza teología tolerancia trabajo trinidad tristeza unción de enfermos unidad valentía verdad vida interior vida religiosa vientres de alquiler violación violencia virginidad virtudes vocación voluntad voluntad de Dios xenofobia yoga