Tres jóvenes modelos que dejaron todo por seguir a Dios

 

 

Jóvenes y guapas rumbo a la fama. Castings, ensayos, viajes, sesiones fotográficas... Soñaban con aparecer en las revistas, ganar mucho dinero, viajar y ser alabadas por gran parte del mundo. En medio del ruido y de la agitación se encontraron con una sorpresa: Dios salió al encuentro y, superando todos sus sueños, las llamó a vivir sólo para Él.

 

Sor Patricia

«Yo buscaba el aplauso, el triunfo. Con el tiempo me fui dando cuenta de que esto creaba tanto en mí como en todos los que me rodeaban, un sentimiento muy fuerte de vacío, de falta de sentido. Arriba, en el escenario, todo parecía funcionar a las mil maravillas, pero cuando volvías a la realidad, todo terminaba». Quien así habla es sor Patricia, nacida hace 27 años en Burgos, España. Hoy es hermana pobre de la orden de San Francisco y Santa Clara. Su gran sueño era llegar a hacer un día teatro, y la vía más rápida para abrirse camino en este difícil campo era pasar antes por la moda: ser modelo de estudio y pasarela.

 

«Desde muy pequeñita ya estaba acostumbrada a subirme al escenario. Todo aquello me fascinaba: las luces, los flashes, los colores, la moda, el teatro. Yo soñaba con llegar lejos. Me apasioné por el mundo bohemio, el de las personas 'libres'. Un mundo que yo había idealizado en mi mente, pero que me iba absorbiendo y, en cierto modo, 'deshumanizando', ya que, si querías triunfar, no se te ponía nada por delante, pasabas por encima de todo; también de los valores fundamentales en tu vida. Sólo importaba la imagen que podías ofrecer».

 

Por aquel entonces una amiga suya se había metido monja en un convento de clausura, y fue a visitarla cuando una gran pregunta nació en su interior: ¿Quién está prisionera: ellas o yo? «Aquellas mujeres que estaban dentro de las rejas eran felices. Tenían a Dios y eso les bastaba —comenta sor Patricia—. Recuerdo que en esa primera visita casi no oyeron mi voz. Me era imposible hablar con tanto asombro y ante una vida tan grande. En cambio, la siguiente vez que me acerqué a verlas no paré de hablar. Quería saber por qué entre las rejas eran felices y alegres, por qué se sentían libres; cuál era el sentido de sus vidas allí encerradas. Cuando descubrí a Dios o, mejor dicho, cuando Él salió a mi encuentro, abrió mis ojos y comprendí que sólo Él podía llenar mi vida y todos mis anhelos de libertad. A los tres meses de conocer a las monjas crucé el portón del convento con la ilusión de entregarme para siempre a Dios. Hoy lo único que puedo decir es que no vale la pena vivir llenando el corazón de sucedáneos. Que todo se acaba. Que lo único que permanece es el amor de Cristo. Que no vale la pena ser conocido por los hombres si uno no se deja conocer por Dios».

 

Constance Marie

Los responsables de las marcas Versace, Valentino, Chanel, Calvin Klein, Fendi y American Vogue, no se creían lo que estaban escuchando. Una de sus principales modelos, Constance Marie Coxon, de Arizona, Estados Unidos, decidía colgar los fabulosos vestidos que solía mostrar en las pasarelas de Tokio, Nueva York, París, Milán, Londres y Los Ángeles, para consagrarse enteramente a Dios. «Cuando comencé como modelo —dice Constance— sentía una fuerte emoción. Salir a la pasarela era un reto, una ocasión para enfrentarte a las miradas de muchos espectadores que esperan todo de ti. Pero, después de caminar por muchas pasarelas y vestir toda clase de marcas, me di cuenta de que no me sentía tan realizada ni tan feliz como yo quería. No estaba ejercitando ni mi mente ni mi capacidad de amar. Empecé a sentirme muy vacía. Todo lo que me decían que me haría feliz ya lo tenía, y, sin embargo, no lo era. Estaba más bien triste, aburrida y pesimista. El único sueño que todavía tenía era hacer algo de trascendencia; que durara y que ayudara a los demás. Algo así como lo que había hecho Edith Stein, la madre Teresa de Calcuta o el padre Damián de Molokai. Encontré un lugar donde realizar este sueño, y allí me di cuenta de que valía la pena dar toda mi vida a Dios y a los demás. Hoy estoy feliz. No sabía que uno podía ser tan feliz dejándolo todo y dedicándose totalmente a los demás».

 

Constance Coxon se dedica ahora, como consagrada del Movimiento Apostólico «Regnum Christi», a dar conferencias, retiros espirituales y charlas de humanidades a jóvenes. También acude a las zonas pobres del sur de México para ofrecerles catequesis.

 

Antonella

Tras una crisis personal, agravada por la muerte de su padre, Antonella Moccia, modelo profesional, de 30 años, habitual de las pasarelas italianas y francesas, desfilando siempre con diseños de Mila Shon y de las hermanas Fontana, decide dar un nuevo rumbo a su vida y se incorpora como voluntaria en la comunidad romana de la congregación de la madre Teresa de Calcuta. Le asignan lavar ropa de los vagabundos y ahí comienza a sentirse querida por Dios. Muchos son los encuentros con desconocidos que la van acercando a la Iglesia. Una señora le invita a rezar el rosario. Sor Franceschina, que se la cruza en el metro y que se fija en ella porque ve a una joven hermosa, maquillada y elegante leyendo los salmos en lugar de una revista, la invita a un grupo juvenil. Al final, un sacerdote, tras leer el testimonio de su conversión en una revista vocacional, contacta con ella; llega a ser su director espiritual y a acompañarla en la elección de su consagración. También están, naturalmente, su familia y su novio, que asisten sin comprender a la trasformación de la modelo en esposa de Dios.

 

«En todas partes hay hambre de Dios —dice Antonella—. No sólo en la moda, sino también en el mundo del cine y del espectáculo. Estos años subida a la pasarela me han preparado para entrar en otra gran familia, la de la Iglesia».

 

(Fuente: La razón, 11-12-1999)

 


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