Inicié la confesión como de ordinario y recuerdo que comencé a experimentar yo también mucho dolor y aflicción.
En ese momento dije hacia mis adentros, como una fuerte oración y súplica: «¡Señor, dile algo a esta persona, por favor!»
Después de eso, no recuerdo lo que pasó, ni cuánto tiempo pasó, pues yo seguí orando, hasta que una lágrima rodó por mi mejilla y me hizo cobrar nuevamente conciencia de que estaba yo en el confesionario.
En ese momento me asusté un poco porque pensé que me había quedado dormido; y fue entonces que escuché decir al penitente: «Padre, ¡muchas gracias! No se imagina cuánto me han ayudado sus palabras».
En ese momento mi sorpresa fue mayor, porque yo ni siquiera recordaba haber dicho nada. Después de ese momento, salí del confesionario y me dirigí contento y emocionado hacia el sagrario para agradecerle a Jesús que Él mismo hubiera confortado a esa persona. Reflexioné y volví a caer en la cuenta de que verdaderamente es Jesús en la persona del Sacerdote quien reconcilia a sus hermanos con Dios su Padre, en el sacramento de la reconciliación.
Fernando Pérez Arizpe
La Paz (México)
100 historias en blanco y negro
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